A los Juegos Olímpicos se les intenta sacar todo el jugo posible. Son muchas las ciudades que compiten y destinan ingentes recursos para lograr la nominación, en la que abundan las componendas y que suelen ser un sismógrafo de la geopolítica mundial. Se alternan los continentes y se buscan equilibrios, pero no se olvida asegurar el éxito de público y de ingresos, algo nada fácil si se repara en los presupuestos gigantescos de esos magnos eventos.
Entre los grandes países emergentes, China en 2008 y Brasil en 2016, estaba la apuesta de Londres,sede en varias ocasiones. Londres reunía todas las condiciones para que la convocatoria fuera un éxito: capacidad organizativa, económica, buenas infraestructuras y una alta valoración social de los valores deportivos. Se pensaba que no faltaría calor en las competiciones, pero la televisión ha mostrado muchos asientos vacíos en varias especialidades, a pesar del esfuerzo para asegurar la presencia de público.
Se preguntan los analistas por el impacto de la crisis en los bolsillos de la gente y en las audiencias de tanta saturación de retransmisiones deportivas. Hasta los más aficionados al deporte parecen mostrar cansancio ante tanto exceso. Hay varios deportes minoritarios que despiertan un interés manifiestamente mejorable. A la postre en cada país solo interesa lo propio y las grandes finales.
Después de ver lo que ha dado de sí el evento londinense y antes de hacerse público el balance económico, habrá que convenir que Madrid tuvo suerte de no ser ciudad elegida: habría aumentado, todavía más, el déficit publico.
