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Los inútiles consejos

Lo bueno que tiene llegar a una edad como la que yo tengo es que uno puede decir prácticamente lo que le venga en gana sin asumir excesivos riesgos. Para algunos, la opinión de un abuelo tiene una importancia relativa y apenas va a cobrar influencia. Y para la mayoría, se abrirá paso la sospecha de que el declarante no es plenamente consciente de lo que dice. En cualquiera de estas modalidades los disparates son aceptados sin gran debate y a uno le dejan en paz. Eso sí, nadie le va a hacer ningún caso por mucha experiencia y mucha sabiduría que le supongan los años. Es un error, pero siempre ha sido así. Los consejos de los mayores no tienen sentido porque jamás llegan a su destino. La gente joven prefiere vivir su vida y aprender de su propia experiencia y no de la de los demás. También nos ocurrió a nosotros, que queríamos cambiar el mundo y nos chamuscamos en aquel inútil empeño. El mundo sigue igual o peor que aquel al que nuestra generación deseaba dar una vuelta y nosotros somos mucho más viejos.
Hace ya algún tiempo que, acogiéndome a los beneficios de las nuevas tecnologías, me ha dado por visionar series de televisión antiguas, y ahora ando rememorando “Turno de oficio”, una ficción que en su primera entrega de 1986 salió de la inspiración de Antonio Mercero, y que diez años después, retornó a la pequeña pantalla en otras manos. Galiardo, Echanove y Carme Elías están estupendos, y los secundarios no desentonan en absoluto.

En el protocolo de repartir consejos junto a esa manía de decir tonterías que tenemos los viejos está claramente determinada la conveniencia de volver la vista atrás y acudir a las fuentes. Para hacer una buena televisión hoy es muy adecuado estudiar a los clásicos. A Mercero, Ibáñez Serrador, Matji, Pilar Miró, Pérez Puig, Pedro Amalio López, García de la Vega e incluso Lazarov porque sacaron petróleo de las piedras e hicieron cosas magníficas sin mas medios que su propio e inagotable talento. Pero repito: son consejos caducos.

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