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Empleo

El 1º de mayo, día del Trabajo, va a amanecer en España con el triste telón de fondo de una tasa de paro que alcanza cifras nunca vistas: el doble de la media europea.  Casi cinco millones de españoles están hundidos en la sima del desempleo y millones de familias sufren el azote de la precariedad y, lo que es peor, ven escasas posibilidades de salir del pozo del desempleo de larga duración. El empleo se ha convertido en un bien precioso, por escaso, y a corto plazo casi nadie vaticina un comportamiento positivo del mismo. Los ajustes siguen y con ellos la destrucción de puestos de trabajo.
Muchos creen que, con paro en gran escala, tamaño drama humano es territorio en el que se incuban los estallidos sociales. Pero la realidad afortunadamente es distinta, quizá por el  peso de la economía sumergida, del trabajo negro, y por el colchón familiar amortiguador en los procesos de crisis. Habrá que trabajar duro para que vuelvan las oportunidades y el trabajo deje de ser algo más que un derecho inalcanzable.

Los sindicatos son piezas vitales en la democracia pluralista y en España han jugado un papel muy importante en la defensa de los trabajadores y de los intereses del país. En los últimos tiempos, sin embargo, han acentuado su connivencia con el poder y su papel ha sido gratificado con dádivas del generoso papá Estado. No pueden vivir de las cuotas de sus afiliados y eso obliga a equilibrios varios.
Tal situación ha desprestigiado la acción sindical; pero ello no es óbice para reconocer que su papel ha sido, y es, decisivo para asegurar la paz social, un bien preciado y más en estos momentos tan convulsos.

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