Opinió

Debate

El debate sobre el Estado de la Nación ha sido tan previsible como inútil. El guión debía estar escrito con anterioridad y nadie quiso cambiarlo. A estas alturas los espectadores conocen de sobra a los protagonistas, sus recursos dialécticos y sus trampas. Sabido es que Zapatero no va a recuperar la confianza perdida con una pieza oratoria, ni Rajoy va a ilusionar a la mayoría como alternativa de gobierno. Esto es lo que hay y ni están las elecciones anticipadas en el horizonte inmediato, ni se espera una moción de censura.
La política está bloqueada y las posiciones se  encastillan. Zapatero está haciendo lo que siempre dijo que no iba a hacer, porque es –dice- lo que ahora necesita España. Y Rajoy le recuerda que ha perdido la confianza del electorado. Pero es un diálogo para sordos, un enfrentamiento que ya no da más de sí.
Y es que el juego corto y el  tacticismo han terminado por aburrir a la mayoría y por generar una legión de descontentos que se sienten defraudados por el incumplimiento de viejas promesas. La geometría variable y el cambio de aliados es un círculo agotado que recrea la soledad parlamentaria de Zapatero, una soledad que puede desbloquearse en momentos puntuales, como sucederá con los Presupuestos del Estado.
Parece así evidente que nos espera la campaña electoral larga, una que ya está en marcha y que todavía no tiene fecha de caducidad. La política española está anclada en los minutos basura, esas prolongaciones que ya no sirven para nada, pero que pueden durar unos larguísimos veinte meses.  Después de todo, ahora vienen las vacaciones parlamentarias para enfriar el verano político.

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