En el primer mundo casi nunca se registran situaciones anómalas en el campo de los alimentos preparados, aunque es cierto que la carne procesada nunca tuvo una imagen libre de sospecha. Ya dice el refranero que la carne en calceta, para quien la meta. La modernidad se asocia a limpieza y controles para evitar que no aparezca nada extraño en la carne que se comercializa, y las regulaciones están para asegurar la higiene y para que no nos den gato por liebre a los consumidores.
Durante las últimas semanas han saltado las alarmas y firmas acreditadas han retirado alimentos vendidos bajo su marca al tiempo que reconocían que salchichas, hamburguesas, albóndigas y pastas rellenas, contenían trazas de carne de caballo. Lo que no mata, engorda, y la carne de caballo no es peligrosa para la salud, pero las etiquetas resultaban engañosas. El mundo es muy global y la trazabilidad de la carne procesada explica que pueda perderse el control de calidad, aparte de que la lucha por rebajar precios acaba colisionando con la calidad.
Más grave ha sido que una multinacional sueca haya retirado del mercado tartas de chocolate, crema de mantequilla y caramelo de almendras, por contener trazas de bacterias fecales, que entraría en lo escatológico. Lo llamativo es que los denunciantes hayan sido los chinos, país que no tiene precisamente la imagen de pulcro y cuidadoso en materia de manipulación de alimentos, y que la denunciada haya sido una empresa con un perfil casi aséptico.
El mundo al revés, pero está claro que se juega con las cosas de comer y que en ese campo la tolerancia debe ser cero.
