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Malayos

Jesús Gil, un histrión populista que logró mayorías absolutas en Marbella y que fue el mentor de un nutrido grupo de discípulos bien  lubricados y expertos en artes diversas, sostenía con cinismo clarividente  que se salía más facilmente de la cárcel que de la pobreza, una máxima que predicó con el ejemplo y que tiene muchos imitadores. La  sentencia de Gil viene a proclamar que para salir de pobre es rentable asumir el riesgo de ir a la cárcel. Y todo ello si te pillan. Y, si te pillan, igual no te condenan. Y, si te condenan, son cuatro días y a vivir.
La exultante alegría mostrada por los condenados en el caso Malaya es prueba inequívoca de la levedad de la justicia con los delitos de cuello blanco. Esa legión de prevaricadores va a saldar sus cuentas con unas penas muy bajas, que probablemente verán rebajadas, y con unas multas muy inferiores al daño causado, multas que quizás no satisfagan.

Resulta explicable la alegría de unos, los que se lo han llevado, y la fustración de muchos ciudadanos, los que, a la postre, son los paganos de la fiesta. Es dramático constatar que robar desde el poder y sus aledaños es mucho más rentable que trabajar. Esos condenados por turbios tejemanejes hace tiempo que salieron de pobres y todo parece indicar que no volverán a su anterior condición.
El ejemplo de “los malayos” no es más que un simple  botón de muestra. La mayoría teme que en su día la sentencia de los casos Bárcenas y Urdangarín, que todavía tardarán lo suyo, tomen como referencia la de tantos y tantos delitos de cuello blanco. Los implicados utilizan parte del botín en asegurarse la mejor asistencia legal.

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