Opinió

Juguetes rotos

Desgraciadamente no es Yago Lamela el primer deportista español de élite cuya existencia se convierte en un infierno del que resulta casi imposible salir. Los finales trágicos son relativamente abundantes en un colectivo selecto y especializado al que, sin embargo, le vence su propia fragilidad, un estado no querido directamente dependiente de su propia condición y del durísimo momento en el que todo el que ha estado en la cresta de la ola se enfrenta cara a cara con la retirada y el anonimato. En algunos casos, ese instante crucial pasa una escalofriante factura. Todos los que han caído en el infierno y han puesto fin a una existencia cada vez más dolorosa y oscura eran personalidades populares que se caracterizaban precisamente por parecer ejemplo de pujanza y espíritu de superación, si bien es obvio que esta personalidad lozana que se traslucía de puertas afuera no era otra cosa que una estrategia de defensa dispuesta a ocultar las flaquezas de una existencia solitaria y sometida a los embates de una intensa tormenta interior. No es fácil olvidar la amplia sonrisa de Jesús Rolland pocas semanas antes de su muerte en varios programas de televisión que nos mostraban lo que Rolland era cara al exterior. Un joven alto, fuerte, sano y divertido. Un día, en silencio, saltó al vacío desde la ventana de su habitación en un centro especializado donde trataba de recuperarse de sus múltiples adiciones. El final del saltador asturiano es el epílogo de un mal que acecha a muchos grandes deportistas. Los casos de viejos deportistas caídos en desgracia son lamentablemente frecuentes y la condición de juguete roto debe ser una de las más tristes a las que un ser humano puede ser condenado. ¿Podría evitarse? Sospecho que podría hacerse algo más desde las instituciones deportivas para que casos como los de Urtaín, Rolland, el Chava Jiménez y ahora el de Yago no se repitieran cíclicamente. Pero seguramente me equivoco. El caso es la maldición asoma cada cierto tiempo. Lamela tenía 36 años y tuvo la desgracia de saltar un día 8,56 para no volver a saltarlo nunca más. Negro destino.

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