Opinió

El oro y el moro

Este va a ser un año movidito en cuanto a elecciones. Los sumos sacerdotes de los partidos políticos se lanzarán dardos envenenados unos a otros, soltarán globos sonda para ver cómo reacciona el personal, acuñarán eslóganes dignos del sofá de un sicoanalista y, si los votamos, nos prometerán -como siempre-, el oro y el moro, porque en su inmensa sabiduría lo que procuran es nuestro bien. Ya hemos empezado a verlos en los mítines gritando apasionadas arengas con la yugular a punto de estallar, sudorosos, anunciando el Paraíso y respondiendo con ardor desmelenado a los vítores de sus incondicionales. Un poema. No sé cómo está el asunto de los aforados, pero acostumbrados como están a nadar como pez en el agua turbulenta de las ventajas procesales, su temeridad a la hora de inventar desatinos sigue siendo notable.

Mucho me temo que unos y otros pretenderán sacarnos aún más los higadillos a golpe de impuesto que, a este paso, pronto tendremos que pagar por el aire que respiramos o por pisar la calle, pues abunda la creencia idolátrica de que el dinero -ese dios actual-, todo lo puede y todo lo arregla. Es la cortedad de miras del positivismo extendida al manejo de la sociedad. Como escribe M. de Prada existe “un contubernio del poder político con el Dinero”, y añade que se sigue un proceso perfectamente orquestado “cuyo fin último no es otro sino crear por sugestión el espejismo de que somos titulares del poder político, cuando en realidad sólo somos sus felpudos”.

Y es que el desaguisado de un capitalismo salvaje y sin límite, que la avaricia tolerada e incluso legislada, que la precariedad laboral, que el afán de colocar la vulgaridad en lo más alto, que idiotizar a la ciudadanía… todo eso que caracteriza a nuestra sociedad y que nos está hundiendo, no se soluciona con más impuestos, sino más bien con cultura, sentido crítico, equidad, justicia e incluso rebelión… es decir, aspectos inmateriales que el poder político intenta minimizar, ocultar o tergiversar, para que seamos dóciles y obedezcamos sin rechistar sus propuestas. Propuestas que siempre benefician a los mismos, de modo que la sociedad está escindida entre riqueza obscena y miseria impuesta.

Y ese panorama es presentado sin alternativa posible, como le sucede a aquella rana del cuento que circula por Internet, me refiero a la que, vivita y coleando, es metida en agua dentro de una olla puesta a calentar muy lentamente. Primero la rana encuentra incluso agradable la tibieza del líquido que, progresiva y casi imperceptiblemente, aumenta su temperatura. Pero ella no se da cuenta, no nota que el agua está cada vez más caliente. Sólo cuando quiere saltar de la olla para escapar y ya no puede, sólo entonces, se percata de que ha caído en una trampa mortal. Del mismo modo cada uno de nosotros es aleccionado, dirigido y conformado para que aceptemos poco a poco, leyes, costumbres, modas, maneras de actuar… aparentemente inocuas, pero que finalmente y en contra de nuestra voluntad, desembocarán en una existencia de mierda.

Y encima quieren que lo asimilemos como algo natural e inevitable. Bien cocidos en nuestra propia salsa, sin fuerza, sin argumentos y sin nada que permita cambiar un destino que pretenden miserable. Ya hemos visto, por ejemplo, que la falta de profundidad y el afán privatizador juegan peligrosamente con la vida. Eso es especialmente claro tanto en sanidad (cierre de quirófanos, menos camas hospitalarias, ébola, hepatitis C, etc…) como en materia ecológica (calentamiento global, desaparición de biodiversidad, contaminación de tierra, aire, aguas, etc…), olvidando que los seres vivos incluido el hombre se resisten a ser tratados como máquinas. Los seres vivos tienen su propia dinámica, su peculiar cronología y desarrollo que no puede ser manipulado, aprisionado o forzado sin pagar por ello un alto precio, y ahora no me estoy refiriendo al dinero.

La vida tiene un límite de tolerancia y el dinero no lo puede todo. Por mucho dinero que se recaude lo que malvive y muere antes de cumplir su ciclo vital, no puede resucitarse. Prometer el oro y el moro -y además no cumplirlo-, es una injusticia y un fraude. Es tener una visión política de vuelo gallináceo, pues los seres humanos queremos pan, pero también rosas, como nos mostró aquella magnífica película de Ken Loach. Pan y rosas de la canción de otra buena película reciente, me refiero a “Pride”. Así que menos parches y más ataque a las causas originales y al cambio de estructuras. Mira por dónde gobernar se va a convertir en una tarea pelín complicada, porque la gente está hasta el tupé de promesas incumplidas. O les leemos la cartilla o terminaremos como menú principal en la mesa de cualquier gerifalte, cocidos y con una hojita de perejil en las narices, como la ranita del cuento.

“La vida tiene un límite de tolerancia y el dinero no lo puede todo”

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