Opinió

Bandera

Europeísta ilusionado, he dejado de creer en la Europa de las naciones, en la Europa de los pueblos, en la vieja Europa de las culturas universales. Es más, me apunto a cualquier corriente justa que esté dispuesta a poner fin a esta Europa que da la espalda y cierra sus puertas a miles de seres humanos empujados por el terror de la guerra.

No quiero avalar con mi voluntad ni mi voto el comercio de seres humanos en nombre de oscuros intereses comerciales e ideológicos. Desde mi ingenuidad creía y confiaba en haber alcanzado el fin de una larga historia en la que las migraciones fueron también tragedias. Tenía la bandera en cuarentena desde que las concertinas y las pateras se confabularon contra la libertad de los desheredados, desde que el control del déficit público es más importante que la arritmia de un anciano, desde que la prima de riesgo tiene más valor que un libro de texto… Y contemplando, a pantalla partida en dos, a los dirigentes europeos de un lado y a los sirios errantes de otro, he decidido quemar esa bandera que no me representa.
Economía e hipocresía se dan la mano del mismo modo que lo hicieron en todos los tiempos. Y no me sorprende que esta Europa, mayoritariamente cristiana, en un capítulo cainita más, considere a esa pobre gente carne humana infiel de segunda o tercera categoría. Impera la economía, la burocracia y la hipocresía de esos prohombres reunidos en Bruselas para negociar su venta a Turquía.
No hemos avanzado nada, ni con banderías ni con bandera única. Arriémoslas todas.

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