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Adaptación

Muy a su pesar, las sociedades occidentales sufren un generalizado proceso de empobrecimiento variable según países. El pesimismo se ha instalado en la mayoría y sólo los optimistas entienden que ese retroceso es un paso necesario para cobrar impulso y volver al camino del progreso. Los filósofos reflexionan sobre las consecuencias del cambio y estiman que hay resortes y reservas para adaptarnos a lo que está viniendo, un retroceso de efectos desastrosos que nos transporta casi de golpe a un mundo que parecía superado gracias a un ascensor social que funcionaba y hoy está seriamente averiado.
Una de las respuestas más claras a la situación actual es la entronización de la cultura de bajo coste. Las rebajas y las oportunidades siempre tiraron de la demanda, pero nunca como ahora se convirtió en una moda, en ejemplo de racionalidad, el comprar lo más barato posible, una forma de conciliar el consumo con la caída de rentas.

La situación de cada uno influye en el ánimo y las expectativas. Aumentan las frustraciones y el desánimo es una enfermedad colectiva, una epidemia social. Más que apreciar lo que tenemos, recordamos lo que tuvimos,  y esa comparación lleva aparejada la insatisfacción.
Y es que la mayoría está hoy peor que ayer, con un nivel de vida en regresión. Nos creamos muchas necesidades y ahora nos enfrentamos a la conveniencia de adaptarnos a una  nueva forma de vivir y de convivir. Hay que seguir disfrutando de lo que conocemos, aunque sea con menor frecuencia y dosis. Y siempre nos queda el consuelo de pensar que el dinero no da la felicidad.

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