Dicen que la crisis se traduce en creciente desigualdad social, pero el crecimiento parece producir efectos similares. Basta reparar en los ricos, riquísimos, de los países emergentes para ver que los frutos de la riqueza se reparten de forma muy poco equitativa. La sociedad tiende a fragmentarse y las clases medias pierden protagonismo: o se precarizan o dan un tirón hacia arriba en el ascensor social.
Más allá de los datos macroeconómicos, que avalan esta deriva, en el momento actual prosperan los negocios con la etiqueta “low cost” y los que tienen el lujo como divisa. El low cost se impone en todos los órdenes, desde las líneas aéreas hasta la confección, pasando por las cadenas de alimentación y otros variados servicios. El éxito de esas fórmulas crea nuevos ricos que ocupan posiciones muy destacadas en las listas Forbes.
El mercado de lujo, formado por productos únicos para una elite que no sabe de crisis o que surfea por encima de las dificultades, se ha apuntado en los últimos años crecimientos interanuales superiores al 10% y en 2013 cerrará con un crecimiento de sólo el 2% a causa de la difícil situación que persiste en Europa y a los cambios de consumo operados en China entre los productos de alta gama. Lo exclusivo y caro mantiene el tipo, pues la pobreza de los ricos es la riqueza de los pobres.
Y, así, el mundo de la alta moda es un filón y pocos imaginarán que Hermès, especializada en bolsos y otros accesorios, tiene un valor en bolsa superior a firmas como Iberdrola, Repsol o Endesa. Las burbujas siempre soplan a favor de esos negocios sofisticados y elegantes, lujosos.
