Hace ya bastantes semanas que Rodríguez Zapatero, en la práctica un presidente en funciones, se va despidiendo. Desde que anunció la convocatoria de elecciones con inusitada antelación el panorama no ha cambiado a mejor, en todo caso a peor. No se han despejado incertidumbres, se han incrementado. ZP únicamente ha impulsado el cambio constitucional, algo virtual y teórico, sobre la estabilidad presupuestaria, y ha recuperado, a instancia del candidato del PSOE, el rediseñado impuesto sobre el patrimonio.
Las razones esgrimidas para no avanzar más el calendario electoral se han demostrado muy pobres y esa especie de prórroga que se ha concedido el Gobierno sólo ha servido para acentuar su interinidad. Realmente estamos ante una prolongación innecesaria, los minutos basura de cualquier encuentro, minutos en los que puede acontecer cualquier sorpresa. Quedan unos 50 días y la espera puede hacerse muy larga.
Estamos ya en plena cuenta atrás y da la sensación de que sobran demasiados días para el 20-N. 50 días pueden ser muchos si Zapatero se ve forzado a tomar alguna medida, que no sería para bien. En esa tesitura el mayor pagano de la factura sería el candidato socialista. ZP, lo quiera o no, es un lastre para Rubalcaba, nunca puede ser una ayuda. Rubalcaba necesita tiempo y hacer varios saltos mortales sin red, y el tiempo puede ir en su contra. Y a Rajoy, el tiempo le sobra, le sobra la campaña, el tiempo sólo le puede servir para incurrir en algún error que empeore sus expectativas de una mayoría muy holgada. 50 días son un calvario para todos, una prórroga perfectamente prescindible.
