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Páramo

Un páramo es un erial, un territorio inhóspito, desertizado, sin vida. Y esa es la imagen que proyecta España. El país apenas tiene pulso y mantiene una actividad mortecina en la mayoría de sectores. El tejido económico está gravemente cuarteado, en la mínima expresión y no en no pocos casos puede hablarse de destrucción pura y dura. Lo que queda es un pálido reflejo de lo que fue el país  tan sólo cuatro años atrás; el balance de la segunda época del zapaterismo es desolador.
En los últimos años un conjunto de circunstancias negativas, entre ellas la política económica, ha provocado efectos dantescos sobre el empleo que en última instancia es el dato que sintetiza la magnitud del desastre. Más de un 20% de desempleo y casi un 50 % entre los jóvenes son cifras pavorosas y, además, se resisten a descender; antes al contrario, la destrucción sigue una lenta escalada. De mal a peor.

Difícil es encontrar alguna empresa que haya mantenido el empleo en los últimos años. La mayoría han tenido que aplicar una cirugía de hierro para salvar los muebles, que ha diezmado el tejido productivo y que ha supuesto un alto precio pagado para adaptarse a la nueva situación; el achique ha costado muy caro en todos los sentidos. Y en ese proceso muchos miles los autónomos han optado por abandonar ante la dificultad de superar tantos obstáculos.
Recuperar lo perdido, incentivar el espíritu emprendedor, demandará mucho tiempo. El daño de los últimos años es inmenso y la sociedad, empobrecida, flaquea y ha perdido el vigor que tuvo. La papeleta que espera a los ganen el 20-N es un órdago a la grande.

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