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Acueductos

Si prosperan las propuestas de la CEOE y de no pocos agentes sociales, podría ser que el país y el paisanaje estuvieran celebrando uno de esos gozos de tan elevado predicamento social: los magnos acueductos, esas canalizaciones que permiten unas vacaciones atípicas y desmesuradas más allá de los descansos reglados. El calendario hace lo suyo y el resto es cosa de la habilidad de los expertos en aprovechar todas las oportunidades de recreo, y no hay duda de que esa ingeniería es un valor ampliamente extendido.
España figura entre los países europeos con más festivos remunerados, pero no es una excepción. El problema radica en los superpuentes y la solución para minimizar su impacto sobre el trabajo es trasladar los festivos que caen en día laboral a los lunes o viernes. Esta decisión quizás paliaría la distorsión laboral y los efectos de unos excesos que permiten el jolgorio colectivo a cambio de degradar la productividad laboral y la imagen del país. Entre los que están en el paro, los que aprovechan el acueducto y los que se ven forzados a trabajar a bajo ritmo, el país está a medio gas.

Y es que somos peritos en puentes y, a pesar de ello, nos pasamos muchas más horas en el puesto de trabajo que los alemanes y franceses. La cuestión es nuestra baja productividad, la falta de eficiencia, nuestra cultura laboral. No aprovechamos el tiempo, salvo fuera del tajo. El tiempo es oro, pero fuera de la empresa. Y así nos va.
La distribución del trabajo y los horarios son ilógicos, y son causa de un improductivo malestar, pero nos resistimos a cambiarlos. La armonización con Europa no es nada fácil.

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