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Prestigio

En las últimas semanas uno de los asuntos recurrentes es Urdangarín, tema que salta fronteras y gana portadas en muchos medios. Primero fue un periódico que empezó divulgando algunos comentarios relativos a las actividades y negocios del consorte de la infanta Cristina, del duque de Palma. Ese material, altamente corrosivo e inflamable, fue creciendo como la espuma hasta ocupar páginas en todo tipo de medios, ser munición de tertulianos y propiciar comentarios muy variados, la mayor parte dañinos para la imagen de Urdangarín y, por extensión, para la Corona.
Son ya demasiados días destilando corrupción, siempre presunta, para pensar que ese episodio puede resultar gratuito. En estos momentos resulta poco verosímil invocar la presunción de inocencia cuando las fuentes de la Zarzuela ya han hablado de ‘conducta poco ejemplar’ para referirse a las actuaciones del yerno del Rey. Nadie es reponsable de lo que pueda hacer yernos o cuñados, pero es evidente que la gente piensa que el Rey tiene información suficientemente privilegiada sobre la actuación de su círculo familiar, y malo sería que no fuera así.

Los daños del terremoto Urdangarín están por evaluar, pero son profundos, de largo alcance, y no parecen presagiar un desenlace feliz. La tormenta ha dañado el prestigio de la institución monárquica y hasta el Príncipe Felipe se ha visto forzado a multiplicar su presencia pública y ha presentado su Fundación aludiendo a la honestidad y transparencia, palabras que todo el mundo entiende.
Y, así, va a resultar que ha hecho más en favor de la República el duque de Palma que Carod-Rovira y su corte.

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