La banda sonora de la Navidad son los villancicos y la cantinela de los niños del Colegio de San Ildefonso. Esa musiquita forma parte del imaginario colectivo y esas voces atipladas se imponen hoy, el día del sorteo de Navidad. Este país tiene fama de jugador y los que dirigen el negocio, la fábrica de los sueños, han sabido mantener la ilusión, una llama que se renueva permanentemente.
Muchos se preguntan si la crisis económica afecta de forma decisiva a la lotería y las estadísticas se encargan de confirmar que es prácticamente inmune a la coyuntura. Se sigue comprando lotería, especialmente la del sorteo navideño que tiene acumulado el plus de la tradición. Cuando las cosas van mal, hay que invertir en esperanza y, si el sendero del trabajo se muestra complicado y las cosas no acaban de marchar, se apuesta al azar, a esos décimos de lotería que para muchos son la culminación de los sueños.
Hoy serán multitud los que sueñan con ser protgonistas del cavadesbordado y de la alegría ante las cámaras mostrando los boletos premiados. Algunos se conformarán con la ilusión al por menor, con rascar alguna pedrea, y la gran mayoría se lamentará de su mala suerte y repetirán aquello de que lo importante es la salud y que la única lotería que uno puede ganar es la que tiene que ver con el esfuerzo y el conocimiento.
Se ha dicho que la lotería es como un impuesto voluntario sobre la esperanza, una frase que resume el sentimiento de mucha gente, sin olvidar que la fuerza del sorteo navideño es la ilusión, la esperanza y el sentimiento solidario de la mayoría de las participaciones que casi todo el mundo se cruza.
