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Recesión

La primera declaración del nuevo responsable de Economía,  Luis de Guindos, consistió en emplear el término recesión para definir el comportamiento contractivo de la economía española en el último trimestre, y la previsión de una prolongación en el primer semestre del año en curso. Esa es la evolución esperada en bastantes países de la eurozona y es sabido que España no está precisamente en el pelotón de países aplicados.
Tal afirmación se vende como un ejercicio de sinceridad, de transparencia, de decir la verdad aunque duela. Y sirve para preparar el ánimo de la ciudadanía ante los sacrificios que se irán desgranando de forma progresiva. No hay que olvidar que ese baño de realismo –el optimismo zapaterista terminó derivando en engaño- acontece cuando aún se tiene que digerir la cicuta de la herencia recibida, trance que se oficializará cuando se certifique el estado de las finanzas públicas a cierre de 2011 y se vea hasta dónde se ha disparado el déficit.

El ambiente recesivo, fantasma instalado en nuestra sociedad desde demasiados meses atrás, ocupa mucho espacio. En ello coinciden expertos, diletantes y observadores que palpan  ese negro diagnóstico: si en la mayoría de países los malos  augurios se imponen a los mejores deseos, es evidente que en nuestra sociedad el peso del pesimismo no deja entrever demasiada luz. De hecho tres de cada cinco españoles creen que la economía va a empeorar este año.
El nuevo ejecutivo tiene la ventaja  de que con un mínimo de acierto puede superar al precedente. Y si las cosas le van bien, puede empezar a dejar atrás la maldita recesión.

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