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Reformas

No acaban de salir del horno las reformas estructurales, las que los técnicos califican de imprescindibles para corregir el rumbo de nuestra economía. Al Gobierno, que lleva en sus puestos apenas un mes, desde todas las tribunas se le pide que no pierda el tiempo, que son urgentes medidas concretas para reducir el gasto, sanear las finanzas y crear un marco que favorezca la actividad económica y anime el empleo. Lo de los cien días de cortesía es una concesión imposible cuando el incendio puede devorar todo el tejido económico.
La ciudadanía pide actuaciones porque piensa que la victoria de los populares estaba cantada y, en consecuencia, los que estaban en lista de espera ya debían conocer a fondo los problemas y tenían todos los informes, recomendaciones y estudios para tener las soluciones listas. No se puede alegar ignorancia, al menos en las cuestiones fundamentales. Así que casi todo el mundo pensaba que los platos estaban listos para ser servidos.

Porque la realidad es la prevista y quizá por esa convicción se exige un ritmo de reformas más vivo, una aceleración del programa previsto. El tiempo siempre es una variable estratégica y más ahora que los mercados aprietan y no admiten más retrasos en el calendario comprometido. Se ha perdido mucho tiempo y los guardianes de Bruselas no parecen dispuestos a conceder más prórrogas.
Rajoy va a su ritmo y su perfil es el del gallego impasible, aparte de reunir en su figura casi todos los estereotipos atribuidos a la gente de ascendencia galaica. La paciencia es una virtud, pero la licencia de estar a la espera no es aceptable cuando caen chuzos de punta.

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