Respondiendo a una pregunta parlamentaria de una diputada de Izquierda Unida, el Gobierno ha informado que los clubes de fútbol profesional acumulan una deuda con la Agencia Tributaria de 752 millones de euros: 490 corresponden a equipos de primera división, 184 a los de segunda y 78 a los clubes englobados en la categoría de no quinielas, es decir, los que militan en los cuatro grupos de segunda B. De tales cifras se desprende que, en la última legislatura, la deuda del fútbol español con el fisco se incrementó en 145 millones de euros, cerca de un 24% en cuatro años.
A ese débito con Hacienda hay que sumarle la que los clubes tienen con Seguridad Social, un dato que nunca se ha hecho público. Entre unas cosas y otras, la montaña de deudas es asfixiante y nada fácil de pagar, por mucho que el fútbol genere muchos ingresos. Suma mucho, pero tiende a gastar más de lo que ingresa. El resultado es el desequilibrio creciente.
El fútbol vive en otra burbuja, ciertamente nada redonda. Entre las deudas y la negociación, previsiblemente a la baja, de los derechos televisivos puede vivirse otra situación angustiosa. Cada año se incorporan más clubes a ese particular purgatorio, más antesala del infierno que del cielo, que es la situación concursal, que en este terreno no deja de ser una argucia para evitar la pérdida de la categoría o la desaparición.
Los políticos se quejan de la falta de control del fútbol, pero a la hora de verdad se tragan carros y carretas para que el desastre no se consume. Ahora se espera un nuevo plan de rescate para una actividad que no es de primera necesidad, o quiza sí.
