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Cajas

La progresiva desaparición de buena parte de las cajas de ahorros, fenómeno de enorme calado, comporta un fuerte impacto emocional sobre los impositores que consideraban a las cajas poco menos que el banco de las clases populares, depositarios de un sinnúmero de recuerdos que empezaba con la libreta a favor de los recién nacidos y que iba echando raíces a lo largo de la vida a golpe de ahorros e hipotecas. Las cajas son entidades ligadas a la economía social y que mantenían un halo benéfico-social, una nota que estaba en vías de extinción. Esas instituciones, más que centenarias, estaban muy relacionadas con el territorio que les vio nacer y crecer, y su obra social beneficiaba a miles de personas.
Gozó la imagen de las cajas de una excelente salud y se les asociaba una serie de atributos que alcanzaban una valoración muy positiva en la opinión pública. La crisis financiera y una serie de episodios poco ejemplares han dañado a las cajas. La riqueza colectiva de unas sociedades que concitaban el afecto y el reconocimiento de casi toda la ciudadanía, prácticamente se ha dilapidado en un proceso desgarrador cuyo impacto está por cuantificar.

El debate que empieza a abrirse paso se centra en el vano intento de atribuir responsabilidades en el proceso de hundimiento de tantas y tantas cajas. La respuesta no es fácil, porque cada caso es una historia distinta, si bien hay bastante coincidencia en atribuir el desastre a la combinación letal del mangoneo político, los errores de gestión y el coste brutal de la  burbuja inmobiliaria.
Y, entre unas cosas y otras, las cajas ya son agua pasada, tema de estudio  para los historiadores.

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