Con la crisis perdemos todos, pero unos más que otros. Los efectos de la caída económica son muy desiguales según los segmentos de población asalariada. Diversos estudios han ilustrado la ampliación de la desigualdad en la distribución de la renta en las últimas décadas. La brecha entre los que ganan más y los peor remunerados, excluyendo a los parados sin ningún tipo de prestación, ha ido creciendo más allá de la lógica.
Un artículo publicado por “El País” confirma algo que es de dominio público: que los salarios de los directivos de las grandes empresas que cotizan en los mercados de acciones han crecido a un ritmo muy superior al del valor añadido de las empresas que gestionan. Sus ingresos van a más mientras que la riqueza de los accionistas va a la baja. Está visto que la creación de valor empieza por uno mismo.
No es sorprendente que una de las consecuencias más hirientes derivadas de ese comportamiento salarial se traduzca en una creciente desconfianza de la mayoría de ciudadanos sobre las instituciones públicas y privadas. Los mileuristas, que son millones, ven a demasiada distancia cómo los privilegiados milloneuristas crecen y se multiplican.
Es imposible establecer el límite entre lo justo y lo injusto, pero es poco discutible que la presente situación resulta ofensiva para la sensibilidad de la mayoría. Dicen que, en el año 14 después de Cristo, un senador romano ganaba 100 veces más que el romano medio. Dos mil años más tarde el presidente de Telefónica, valga el ejemplo, gana 266 veces más que la media de empleados de la operadora de telecomunicaciones. El desfase va en aumento.
