Este año el verano climatológico acudió puntualmente a su cita y los termómetros están en plena escalada. El país ya está en máximos y el dominio de los anticiclones parece asegurar una larga bonanza. Sucede lo que está escrito, pero los rigores propios de la temporada siempre nos sorprenden e invitan a lamentarnos de los efectos de la ola de calor. Quizá acontece que las altas temperaturas nos transportan a la playa o al campo, al dulce descanso, y para la mayoría de los que disfrutan de un puesto de trabajo lo de ahora es una llamada a las vacaciones.
Todos buscamos la protección de la sombra, salimos a callejear a la caída del día y nos beneficiamos de los aires acondicionados, un alivio que ayuda a combatir los rigores estivales. La tecnología nos ayuda a vivir y no hay duda que desde el reino del botijo hemos recorrido un largo trayecto que forma parte de las conquistas de la sociedad del bienestar.
La ceremonia del sol es una gran fiesta en todas las civilizaciones. En la presente estación se recogen los frutos de los meses pasados, es tiempo de cosechas, pero en las sociedades modernas sólo una mínima parte de la población activa está pendiente del sol y del agua, salvo para ponerse a tostar, debidamente aceitados, en cualquier playa. Somos heliófilos, pero por placer y ocio.
Radica la duda en saber si el sol enardece o adormece e invita al sesteo. Si el verano es tiempo de revoluciones o es momento propicio para guardar los problemas en el congelador. La respuesta no es fácil. Lo que para muchos es tiempo de ocio, para otros es período de fértil negocio.
