Durante la inauguración de la oficina del Banc Sabadell en Nueva York, Josep Oliu dejó una perla que no ha tenido el impacto que merecía: la banca, apuntó, es la gran sacrificada de esta crisis, las cosas se generaron en la sociedad y quien está pagando es la banca. Se trata de una afirmación que va contracorriente puesto que la sociedad, piensa lo contrario, como indican diversos sondeos de opinión.
Una de las consecuencias de la crisis financiera es la escasa discriminación que se proyecta en los medios y que conforma la opinión pública. Es habitual referirse a los problemas del sector financiero, sin distinguir entre bancos y bancos, entre bancos y cajas, entre bancos que no precisan respiración asistida y otros que están en la uvi. Ser banquero hoy es ser poco menos que sospechoso.
Resulta difícil discernir si la banca pecó por acción o por omisión al hinchar la brutal burbuja inmobiliaria. La sociedad, y toda generalización es excesiva e injusta, demandaba crédito y las entidades financieras se endeudaban para atender la demanda que regaba las cuentas de explotación y facilitaba el logro de buenos bonus. No era generosidad, era interés mutuo, pero a veces faltó rigor, prudencia y gestión. Y esa es parte de la factura que se está pagando.
El desastre lo paga la sociedad, los arruinados, muchos que compraron productos financieros de riesgo creyendo en la información que publicitaban algunos banqueros ambiciosos. La banca, sus accionistas, también pagan con la caída brutal del valor de los títulos; pero banca y banqueros son algo más que las víctimas de la crisis.
