El nuevo curso que ahora se inicia tiene un perfil diferente al de los anteriores, en buena parte por el impacto de una crisis que afecta negativamente a todos y a todo. El cambio operado se esquematiza de forma gráfica: se incorporan 30.000 nuevos alumnos y el número de profesores disminuye en 3.000. Ello invita a pensar que puede afectar a la calidad de la enseñanza, pero la consellera de Ensenyament, Irene Rigau, destaca que, gracias al aumento de una hora lectiva por el profesorado, habrá un aumento de docencia.
Además de incrementar el número de alumnos por aula, el curso viene marcado por un descenso de becas de comedor y la aparición de las tarteras, todo un símbolo de la penuria. Llevarse la comida de casa al colegio no será gratis, ya que habrá que pagar en concepto del servicio de limpieza y monitores encargados de la vigilancia.
La coyuntura ha servido para animar a muchos de los institutos que imparten la ESO, el 71%, a concentrar las actividades lectivas durante la mañana, una medida cuyos resultados en orden a la mejora del rendimiento escolar están todavía por ver. Reducir el fracaso escolar, situado en tasas muy elevadas, sigue siendo una de las asignaturas pendientes.
Desde hace años, la mayoría del alumnado acude a centros públicos, en tanto que los privados concertados y los privados, registran una ligera regresión. Una consecuencia más de la crisis económica, que, entre otras cosas, favorece la diferenciación. Pagar la enseñanza parece que ya sólo está al alcance de los privilegiados. Para ello basta con comprobar dónde estudian los hijos de los políticos más encumbrados.
