Las cajas de ahorros, que parecen entonar su particular canto del cisne, están llamadas a convertirse en una rareza. Esas instituciones, que tuvieron un claro origen benéfico, y cuya pervivencia y vigor sorprendía en Europa, llegaron a suponer el 54% del sector financiero español, un porcentaje que es sólo un pálido reflejo del papel desempeñado por las cajas en muchos órdenes, especialmente en el campo de la acción social.
Durante los últimos tiempos las cajas han destinado a obra social el 27% de sus beneficios. Y en los últimos seis años las cajas dedicaron más de 10.000 millones de euros a asistencia social y sanitaria, cultura, educación e investigación, rehabilitación y conservación del patrimonio histórico y artístico, y varios epígrafes que están en el capítulo de acción social. Esas aportaciones ahora mismo están seriamente amenazadas y con ello en serio peligro muchas actividades y proyectos que vivían de esas ayudas.
El dividendo social de las cajas va a ser claramente menguante por la quiebra casi general del sistema. Y esa caída en picado va a ser una nueva rebanada al Estado de bienestar. Muchos proyectos y programas de acción social ya están sufriendo el recorte y el sector vive con pavor la caída presupuestaria imparable que se les viene encima y que obligará a ajustes impensables.
Probablemente la sociedad ha valorado poco la labor social de las cajas porque era gratis, pero ahora va a encontrar a faltar la acción asistencial de la Obra Social de las Cajas que sostenía a 3.500 empleos propios y a unos 45.000 indirectos, amén de dotar más de 150.000 actividades anualmente
