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Cultura de la vigilancia

Estamos tan sumamente subyugados sobre las bondades del modelo que nos imponen, que asistimos con normalidad al desmantelamiento del Estado de bienestar; nuestra pasividad es más grave si tenemos en cuenta que muchos lo vemos como algo en el que los únicos culpables somos los ciudadanos de a pie.
Los beneficiarios de las ‘bondades del sistema’ han dado un paso más y se han propuesto reorientar toda esa ingente cantidad de dinero público hacia sus corporaciones. Nos meten miedo en una constante operación de eliminación de la racionalidad para que aceptemos sus soluciones sin someterlas a crítica. El miedo actual es difuso, y nos trasmite que lo mejor es esconderse sin un plan de respuesta claro porque no tenemos claras las amenazas. Dejadnos llevar las riendas, nos avisan, porque contra temores poco tangibles es difícil combatir.
La sociedad de constantes cambios requiere una vigilancia permanente. Sería de desaprensivos estar al margen de soluciones que deterioran el nivel de calidad de vida. No queremos ser cómplices de soluciones regresivas y deshumanizadoras. El argumento esgrimido con frecuencia. Es una falacia: no es eso lo que votaron los ciudadanos. En su momento se votó a personas y a programas, no se ha dado carta blanca para todo.
El miedo se combate con información, enfrentándose al mismo; en primer lugar decidiendo mirarle a los ojos. Las advertencias de los traficantes de miedo no impedirán que el impulso de movimientos sociales nos recuerden la necesidad del debate alrededor de ideas liberadoras.
La cultura de la vigilancia que los poderosos quieren erradicar viene obligada por las medidas que los neoliberales han adoptado en Irlanda, Portugal, Grecia. La cohesión social se ha roto, se han profundizado las desigualdades sociales a límites sólo vistos en los años de guerras.

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