Buena parte de la clase dirigente practica el autismo y opta por aislarse y alejarse de la dura realidad que late debajo de las polémicas estériles. La cifra de españoles que malviven sin trabajo en una economía estancada que ofrece pocas señales para el optimismo sigue en aumento. El país real está devastado, con el tejido productivo diezmado y con el crédito bloqueado por una sequía financiera que va más allá de lo imaginable.
En un panorama de gravedad tan crítica, la actitud de la clase dirigente, incluida una oposición contemplativa, resulta curiosa. Ante la parálisis económica y un desequilibrio presupuestario indigerible, que impone una dieta de austeridad, la receta al uso es más política, elecciones como receta para ir tirando. Es poco menos que tocar el arpa mientras el país se desangra.
Hay mucho lío y algarabía, mucho ruido. La duda es si los que deberían escuchar, escuchan. La realidad es casi irrespirable y la respuesta es la convocatoria de elecciones en la tres comunidades históricas, Galicia, País Vasco y Catalunya, dos meses enfrascados en campaña y con los partidos peleando en la pugna clientelar. Y mientras los problemas se van pudriendo esperando el resultado que salga de las urnas.
Los debates y los intereses partidistas bloquean decisiones que se soslayan por aquello de no echar más leña al fuego. Se marea la perdiz con el rescate, entre otras razones porque se prefiere no interferir en el debate y no se habla claro sobre la hipotética revalorización de las pensiones, porque el poder gris está ahí y se entiende mejor esperar a que pase el trago electoral. No son autistas, se hacen los sordos.
