Octubre y noviembre tienen merecida fama de meses electorales. Después de las vacaciones estivales, período de tregua y reflexión, no es extraño que los que tienen capacidad para convocar elecciones se inclinen por llamar a las urnas. En todos los casos los que optan por dicha solución creen que se trata de la mejor opción para sus intereses. Siempre hay un porcentaje de cálculo y tacticismo en la eleccion de la fecha, aunque los argumentos para anticipar las elecciones son siempre diversos, ilustrados y normalmente de orden superior.
En todas las elecciones autonómicas convocadas, Galicia, País Vasco y Catalunya, las encuestas coinciden, sin resquicios, en la fuerza que será las más votada. No deja de ser un más de lo mismo, ya que se trata de los partidos con más implantación y arraigo en sus comunidades, los más votados. Así que es un pronóstico sin apenas margen para el error.
Claro que una cosa es dar por descontado el ganador y otra elucubrar sobre el impacto de las elecciones en la formación de los gobiernos en proceso de renovación y la deriva política futura como consecuencia de ello. De una forma u otra los sondeos vienen a confirmar que el eje derecha-izquierda está siendo desplazado por el de soberanismo-no soberanismo, lo que algunos interpretan de forma simplista como un nuevo crepúsculo de las ideologías.
No está de más recordar que las autonomías que pasan por las urnas son las llamadas históricas, aquellas en las que el nacionalismo tiene más fuerza social. La geografía electoral da buenas razones a los que defienden el carácter asimétrico del país, eso que antes se calificaba de plurinacional.
