En España los ajustes se han efectuado lenta pero ininterrumpidamente, quizá porque existía la sensación de que era imposible que la sociedad fuera capaz de encajar un redimensionamiento brutal y rápido de muchos sectores económicos de forma simultánea. Se ha ido recurriendo a tratamientos paliativos que a la postre han mitigado el impacto de la crisis a costa de aumentar las dificultades para salir de ella. El sector financiero es un buen ejemplo de esa línea de actuación.
Cajas y bancos llevan ya bastantes años sometidos a una obligada dieta de adelgazamiento, tanto en empleo como en número de oficinas. Desde 2008 el número de empleados se ha reducido en unas 35.000 personas y la red de servicio en cerca de 6.000 oficinas, con una fuerte disminución del número de cajas y bancos. La reestructuración ha sido muy costosa y junto a las provisiones para la morosidad se ha llevado por delante los márgenes del sector. A pesar de ello queda mucho camino para recorrer hasta dar por terminado el saneamiento.
Los planes que se han ido divulgando con motivo de las ayudas públicas a entidades en dificultades, un rosario de antiguas cajas, proponen 20.000 despidos y el cierre de un gran número de oficinas. El saneamiento no está a la mitad del trayecto, pero queda mucha tela por cortar.
Durante años parte de la política ha consistido en guardar los muertos en el congelador a través de lanzar la pelota hacia adelante, refinanciando las deudas y confiando en un futuro que no ha sido precisamente perfecto. Ahora esos problemas sin resolver afloran a la superficie, y con intereses de demora.