Más de diez años llevan las comunidades bañadas por el Mediterráneo reclamando el corredor ferroviario de doble plataforma, cada uno con dos vías para pasajeros y mercancías. El proyecto, a pesar de la insistencia de las instituciones, no ha cuajado y quedó en un “power point” que sigue sirviendo como tarjeta de presentación y carta de peticiones. Se ha gastado sin freno y para el corredor no queda presupuesto.
Al final el Ministerio de Fomento, sometido a presión, decidió ejecutar el tercer hilo o tercer raíl, una adaptación de la actual vía a la de ancho europeo para permitir la circulación de unidades desde Alicante hasta Francia, proyecto que entrará en funcionamiento en 2016. El tercer raíl, como cualquier tercera vía, es un compromiso que no soluciona el problema, pero lo reduce transitoriamente.
Los datos sobre la economía del arco mediterráneo son apabullantes. Esa área aporta el 44% del PIB de España y el 46 % del sector manufacturero. Esa zona requiere una logística que le conecte eficazmente con Europa y el norte de Africa, una plataforma que estimule actividad, refuerce la competitividad y permita aprovechar las oportunidades de negocio. Los argumentos admiten poca discusión y más cuando se repara que el Estado sólo ha invertido en el Corredor Mediterráneo un 22% del presupuesto dedicado a infraestructuras.
Una vez más la política se impone a la racionalidad económica. Y las inversiones no pueden desacoplarse de lo que impone la realidad, el dinero público tiene como uno de sus objetivos el poder salir de la crisis. Y con el Corredor se iría más rápido.
