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Caudillismo

Horas después de que, tras una larga agonía, Franco falleciera el 20 de noviembre de 1975 apareció en TVE con lacrimosa voz entrecortada el presidente de Gobierno, Carlos Arias Navarro: ‘Españoles, Franco ha muerto’. Y el 5 de marzo de 2013 pregonó como locutor compungido de Aquí Radio Revolusión Bolivariana el vicepresidente Nicolás Maduro para anunciar la muerte de Hugo Chávez, que también sufrió un largo padecimiento hasta la extinción.
Había un parecido básico entre ambos caudillos: eran militares, y la mayoría de la población los apoyaba, aunque a los españoles les disguste ahora reconocerlo. Pero también eran diferentes: uno tenía 83 años, otro 59, uno había llegado al poder tras una terrible guerra civil y la gran represión posterior, que sumaron unos 500.000 muertos. El otro, y tras un golpe de estado fracasado, ganó elecciones a partir de 1998 y estableció un socialismo repartidor de pobreza limosnera, con tanta criminalidad que produce unos 20.000 asesinatos anuales, mientras Franco presumía de paz, mínima delincuencia y de crear una amplia clase media.
Estos días están viéndose en Venezuela, con carácter más cálido que el español, los lamentos y lloros masivos por la muerte de su Caudillo. Quienes militábamos en la oposición al franquismo sabíamos que el país había aceptado su propaganda de paz y prosperidad, pese a que la dictadura seguía encarcelando a opositores y fusilando a supuestos terroristas.
Tras su muerte, las prósperas burguesías franquistas, especialmente vasca y catalana, se hicieron nacionalistas: ahora gobiernan sus regiones renegando de su protector. Numerosos franquistas y protegidos del dictador se infiltraron, ellos y sus hijos, en partidos, izquierdas y derechas, y sindicatos: gobernaron desde entonces.
Observemos pacientemente la evolución del chavismo, porque los regímenes caudillistas suelen durar poco más que sus caudillos.

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