Las últimas encuestas del CIS confirman las tendencias de fondo que se advertían en anteriores sondeos: caía de las expectativas de voto del PP y, en mayor grado, del apoyo del Psoe, lo que es todavía más significativo. En todos los países sacudidos por la crisis, los partidos que están en el gobierno sufren un fuerte desgaste social y lo pagan en las urnas. Lo sorprendente es que el Gobierno y la oposición más relevante caigan al unísono, lo que puede ser el preludio de la quiebra del tradicional bipartidismo.
Tal estado de cosas explica las dificultades en las que se debate Rajoy. Ahora parece instalado en una especie de zapaterismo a la inversa, sobreactuando el pesimismo, con la confianza de que la realidad desmienta las negativas previsiones oficiales. Por eso ya aparecen voces críticas que piden un cambio de rumbo ante el temor a un desastre electoral. Y entre los socialistas la situación es peor, con el gallinero alterado y con bastantes candidatos a suceder a Rubalcaba, un líder al que dan por amortizado anticipadamente.
Ante una situación endemoniada, que compromete a todos, aparecen pactos de todo tipo para intentar reconducir las cuestiones más diversas: para el empleo, para la modernización de la economía, para la consolidación fiscal y contra la exclusión social. Está por ver si hay voluntad de acuerdo o si se intenta vender a la opinión pública una actitud abierta, colaboradora, próxima al interés general y no de los partidos.
El que tiene mayoría no quiere ceder, pero tampoco se decide a gobernar según su programa. Los pactos quedan para situaciones límite, y es probable que ya estemos en ese escenario.
