A la casi todos asquea que tipos culpables de delitos execrables tengan facilidades para acortar sus penas. Muchos no esconden el dolor y la indignación ante una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ha conmocionado al país. Ante esa situación de solidaridad con las víctimas, los partidos han mantenido un perfil bajo o muy bajo. Y los grupos filoetarras han optado por mostrar una alegría contenida ante lo que interpretan como algo más que una victoria política. Muchos comentarios duros, pero bajo perfil.
Se han exaltado los sentimientos de la gente más dolida y afectada, y al servicio de la indignación se ha circulado que los terroristas disfrutan de tarifa plana, que es igual matar a uno que a treinta y uno. Los gobiernos sucesivos no supieron afrontar las reformas adecuadas para acomodar las penas a la gravedad de los delitos, y eso se pena ahora.
No se ha tumbado la doctrina Parot y la prueba es que el actual Código Penal la incorpora y es de aplicación a los delitos cometidos con posterioridad a su entrada en vigor. Falta pedagogía y sobre tacticismo, el querer estar con las víctimas y el aprovecharse de la ola de rechazo social ante la salida a la calle de repugnantes criminales, a la par que se dice que está lloviendo.
El pasivo de la sentencia es el tufo de que detrás de ella hay un pacto inconfesable, el de la negociación con el terror. No matáis y vamos a facilitar las cosas. Eso no lo quiere asumir públicamente nadie, pero está en el ambiente. Algunos creen que la sentencia es un pretexto para cumplir lo acordado, una sentencia obligada por Europa y que viene bien como coartada moral.
