El calendario del soberanismo tiene un hito a la vuelta de la esquina, un punto y seguido que hace referencia a la pregunta –clara e inclusiva- que debería someterse a consulta, según los términos del pacto alcanzado por CiU, mejor sería decir CDC, con Esquerra, cuestión que tendría que estar resuelta antes de fin de año. La pregunta no es una cuestión baladí, y no son pocos los que le están dando vueltas al tema para dar respuestas a las distintas sensibilidades. Se pretende tener resuelta esta cuestión antes de tener claro si será posible celebrar la consulta, es decir, plantear la pregunta; un atentado a la lógica del proceso.
Resulta perceptible que la fiebre soberanista, la del derecho a decidir, está remitiendo. Entre otras razones porque es imposible mantener la llama del fuego sagrado a la máxima intensidad. Y la fatiga ciudadana crece ante la falta de unidad en cuestiones tan básicas como la de consensuar una fecha o una pregunta. La unidad de acción y de opinión ya no es la que era, y periódicamente van apareciendo líderes de opinión catalanes, especialmente empresarios y economistas, que destilan juicios críticos ante los riesgos de la deriva independentista.
A ello hay que sumar desvaríos, como el expresado por Oriol Junqueras al señalar que podría parar durante una semana la máquina productiva de Catalunya, un radicalismo verbal propio de la rauxa que alerta a los espacios centrales del país, que no quieren aventuras alejadas de la sensatez. Esos intrépidos no suman, restan.
Y para completar el cuadro, aparece el nuevo viraje del PSC, otra piedra en un camino plagado de obstáculos.
