Opinió

Endogamia

Cuando alguien me dice que es “de pura cepa” –que me lo dicen, oiga-, por una jugarreta de la imaginación lo veo en un estadio evolutivo primitivo, tan primitivo que entronca directamente con el reino vegetal, porque aparece ante mis ojos con hojas de parra y racimos colgados de las orejas. Y es que, por mucho prestigio y abolengo que tenga un linaje endogámico, a la larga produce imbéciles. La endogamia se define como la unión o reproducción entre individuos de ascendencia común, y en ese sentido se refiere sólo al aspecto biológico. Pero la endogamia también significa rechazo a la incorporación de miembros ajenos a un grupo determinado, de modo que constituye una cerrazón, un levantar barreras que impide el intercambio y el enriquecimiento mutuos. Desde el punto de vista biológico ya Konrad Lorenz en sus estudios se manifestó contrario al pedigrí en las razas caninas y escribió que “…todas las razas de perros que han sido sometidas a la técnica de los cruzamientos para su selección, han experimentado daños síquicos”.
Por lo que se refiere a la especie humana, desde los albores de la Historia se sabe que la endogamia no es buena. Prueba de ello son los robos de mujeres de un pueblo a otro (el rapto de las sabinas), y no pocos antropólogos actuales citan ese comportamiento entre tribus selváticas vecinas, entre esquimales y entre otros grupos humanos sometidos a aislamiento. Esa sabiduría natural que consiste en robar la mujer del clan vecino para renovar los genes del grupo propio -sabiduría un poco bestia, la verdad-, que ha sido corroborada por la ciencia y que ya creíamos asimilada, hoy parece haber sufrido un retroceso, pues se ha puesto de moda presumir de apellidos, ya sean vascos (los ocho de la peli) o catalanes (el Honorable Pujol pensando en los apellidos autóctonos a pesar de aludir a los Fernández), y asimismo las declaraciones de Rajoy, que se ha cubierto de gloria hablando de la mezcla de sangre, cosa que inevitablemente recuerda aquello de los cristianos viejos y nuevos de hace siglos.
En un mundo cada vez más multicultural, plurireligioso, variopinto y panaché de verduras, aquí vamos pa´tras, como los cangrejos. El hecho de aludir a los apellidos, a la sangre, a la cepa y cosas así, responde a la intención aparente de hacernos creer que la cosa está superada, pero lo cierto es que demuestra justamente lo contrario: una mentalidad retrógrada. No se hablaría del asunto si realmente estuviera olvidado. Quiero pensar que se trata de una reacción de inseguridad, de un lógico intento de conservar lo propio ante la evidente avalancha foránea, avalancha por otra parte, inevitable.
Animales somos, y aunque nos consideramos los reyes de la creación, basta hojear cualquier manual de biología para percatarnos con sorpresa de que el embrión del cerdo, del pollo y del ser humano, tienen la misma pinta. Si a nivel animal ya nos parecemos mucho, dentro de la propia especie las diferencias biológicas son insignificantes. La cultura, en cambio, establece un salto cualitativo inédito, imposible de igualar por nuestros hermanos menores en el reino animal. Y hablando de culturas, ya lo ha dicho el Honorable Sr. Mas como si descubriera el Mediterráneo: las culturas y los valores catalanes y españoles son distintos. Efectivamente, lo son. Lo cual no significa que sean pétreos e inmutables, ya que todo evoluciona.
Y como las culturas dependen de la voluntad humana –no de la biología-, hay que tener muy en cuenta que esas culturas -como formas de manipulación del mundo con sus valores y demás- también corren el riesgo de ser endogámicas, cosa que no nos conviene, pues todo lo que está cerrado, se pudre y se muere. O. Spengler y A. Toynbee consideran a las culturas y a las civilizaciones como organismos vivos. Eso significa que nacen, se desarrollan y mueren. Pero cabe añadir, además, que las culturas se interfecundan, y que parte de ellas –lo mejor de ellas-, pervive en el tiempo. Nuestra cultura tiene lo mejor de los pueblos ibéricos, de los fenicios, griegos, romanos, visigodos, árabes… (la rueda, el espíritu comercial, el lenguaje, el Derecho, el arado, las canalizaciones agrícolas, etc…) ¿A qué viene, pues, Honorable, tanta matización puntillosa?, ¿qué hay detrás de su constatación evidente? Ya sabemos de sobra que las culturas son diferentes. Nos moriríamos de asco si todas fueran iguales. Ahora bien: Si lo que se pretende es preservar la identidad y el hecho diferencial, ¿por qué se toleran los restaurantes y otros establecimientos morunos en el Port Olimpic?, ¿por qué nadie pone objeción al imperialismo cultural USA, a la omnipresencia de Qatar, a la invasión económica de la emergente China…? Resulta curioso que en estos casos no se perciba amenazada nuestra identidad cultural. ¿Será porque esas culturas tienen pasta larga…?
DESTACADO “La endogamia también constituye una cerrazón, un levantar barreras que impide el intercambio y el enriquecimiento mutuos”

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