Opinió

Tránsito

No te obsesiones, no caigas esclavo de tus ansias de abarcar lo infinito. Al final, ¿no lo entiendes?, tu carne está destinada a desaparecer; tu carne es solo el embalaje fino que envuelve la magia de tu interior. Tus músculos, tus nervios y huesos, forman la urdimbre que cubre tu yo, íntimo e incomprensible tantas veces. Es ese recóndito paraje el que has de regar como si fuera un jardín hermoso, al igual que la sangre alimenta tu cuerpo; y a aquel escondite has de permitir o denegar la entrada según te visite la paloma o el cuervo. Nadie podrá profanarlo sin tu permiso. Y sin embargo cuántas veces te sigues quedando en la superficie, presa de esa maldita obsesión, de esa monomanía por el colorido artificioso del papel de regalo, aunque dentro de la caja no haya más que vacío, nada que ofrecer como presente. Obsesión por esa ineluctable tiranía del tiempo, que de ser un regalo divino de los dioses ha pasado a ser el látigo blandido por el negrero en las galeras más inmundas.

Pero tú no me entiendas mal. No te pido que desprecies el significado del cuerpo que permite andar tus pasos para conocer lugares, o tu visión deslumbrante de las maravillas, o también tus caricias arrebatadoras.

El cuerpo es el vehículo perfecto del alma si logras la perfecta armonía entre ambos. Solo tienes que permitir el tránsito de uno a otro: los lugares que has visitado tras andar los caminos lejanos, deben dejar su huella en el espíritu para hacerlo así más libre y comprensible a las diferencias; las visiones que han fijado tus ojos asombrados han de quedar grabadas indelebles en tu memoria, y así poder recrearlas cuando, casi vencido por el horror y la miseria que te rodea, necesites la fuerza para seguir pensando que es posible un mundo mejor; y por fin las caricias del ser amado, las que recorren las entrañas más prohibidas e inaccesibles, logran siempre el milagro de la complicidad. No es posible el éxtasis sublime de dos cuerpos sin que sus almas se alíen en el empeño; así, una vez recuperada la serenidad tras la entrega carnal, son sus ojos que se cruzan los que se dicen las palabras que el alma les dicta desde sus adentros.

Por eso no cabe la obsesión por lo visible, ni por las joyas que engalanan carnes ni por las pieles que las cubren ostentosamen- te. Por eso es ilusoria la pugna por ganarle al tiempo la batalla del propio tiempo, cosa que siendo, ¿verdad?, tan sencilla, a tantos les cuesta un mundo entender. La única obsesión que cabe es la de no dejarse morir por dentro mientras el cuerpo nos siga transportando por este mundo; nadie dijo que fuese sencillo, pero en nuestras manos está el seguir asombrándonos a cada paso que nuestros cuerpos, algún día venidero frágiles y enjutos, sigan dando por los caminos. Mientras tanto, cualquier cosa puede valer para hacernos sentir vivos por dentro, aunque todo parezca a simple vista perdido, como parece decir el poema que sigue:

“Al fin llego repuesto de la batalla. Y exhausto contemplo el espectáculo. Todo parece derrota. Todo deriva. Todo. Y sin embargo como espectro algo se mueve, como un miembro desagregado que aún vive, imitando al resto lánguido del cadáver. Diríase la sombra del espejo perenne que nos mira. Son delirios casi insurgentes, rescoldos de la ira contenida. Furia pasada. ¡A qué tanta furia! ¿Y dónde está el amor? ¿Dónde? Quizás se encuentra escondido bajo este cuerpo, parapetado, tembloroso, para que nadie pueda matarlo de amor. Pero hay quien dice que no existe muerte más dulce, si quien te mata se muere por no separarse de ti”. (William Pilgrim)

“La única obsesión que cabe es la de no dejarse morir por dentro mientras el cuerpo nos siga transportando por este mundo”

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