Opinió

No renunciar al propio poder

Cada uno de nosotros, al nacer aquí y ahora, ya nos hemos encontrado hechas la cultura y la organización social. Y es obvio que hace falta mucha energía para cambiar lo que no nos gusta. Pero el problema principal estriba en que muchas personas no son conscientes de su fuerza. Claro está que, es más fácil ser esclavo que ejercer el poder. El esclavo se limita a obedecer sin cuestionar nada, no tiene conflictos, no piensa ni toma decisiones. No se responsabiliza y, por lo tanto, no se equivoca. El esclavo actual no necesita cambiar el orden establecido, pues se conforma con su esclavitud. La pasividad de esa mayoría alienada favorece a la minoría poderosa que, por otra parte, también es reacia a los cambios. Pero el cambio es inevitable. Nuestras instituciones son rígidas, fragmentadas, opresivas y, frecuentemente, la persona está desprotegida frente a los abusos. Algunas incumplen las leyes y han ido extendiendo su poder hasta controlar los órganos encargados de fiscalizarlas o juzgarlas (J.L. Barbería, El País, 26-X-14), así que, en realidad, tenemos una democracia de chichinabo.

Las ambigüedades del concepto y de la práctica democrática favorecen a los que mandan, los cuales siguen perpetuando esquemas autoritarios y concentración del poder. La finalidad de su trabajo es satisfacer las necesidades de la gente y no, como ya se ha visto, forrarse lo más pronto posible. Los que mandan, además de ponerse a parir mutuamente, se saltan a la torera el programa prometido, niegan las evidencias con estrambóticos argumentos, improvisan temerariamente, hablan con eufemismos creyendo que somos idiotas y, en conclusión, usan el poder como si les hubiésemos otorgado un cheque en blanco.

¿Cómo recuperar ese poder que nos han arrebatado? En primer lugar tenemos que asumir que vivir es un acto de responsabilidad personal intransferible. En segundo lugar hay que ser conscientes del aumento de la complejidad. Hoy asistimos a la desaparición de las claras y cómodas polaridades: blancos y negros, pigmeos y gigantes, capitalismo y comunismo. Eso se acabó. Las cosas no son tan simples. Y nos hemos dado cuenta de que es un error dejarnos ir a la deriva renunciando a participar en las decisiones que afectan a la propia vida. Por eso ahora se trata de reconducir la realidad hacia el bienestar de la mayoría, y no sólo la de un puñado de privilegiados. Si no reaccionamos las cosas seguirán con la misma dinámica injusta. Una democracia económica sería aquella que lograra erradicar la pobreza de la faz de la Tierra. Es una vergüenza que trabajando no se llegue a final de mes, y es una vergüenza asimismo que 60.000 personas mueran de hambre cada día.

Finalmente hay que tener presente que es muy difícil obtener algo bueno cuando se obra mal, cosa que siempre han advertido las religiones históricas. Maquiavelo estaba equivocado. Unos buenos resultados económicos sólo se obtienen cuando se obra bien y con intención mejor, ya que hay una correlación ineludible entre el individuo y la colectividad, entre lo local y lo global, entre la parte y el todo… pues la realidad es de una sola pieza y nos influenciamos y realizamos recíprocamente. El avance no es lineal, sino sistémico y con múltiples conexiones porque, repito, la vida es más compleja que en el pasado, y encima las apariencias engañan como nunca en la Historia.

Hegel ya advirtió que detrás de los acontecimientos históricos existen otros móviles que no son los que aparecen como causas determinantes. Hay que hurgar más allá de las apariencias, lo cual supone, en definitiva, un buen conocimiento del ser humano y de la mentalidad imperante. Y ese hurgar más allá de las apariencias se resume en que, tras las acciones, se ocultan las intenciones, que justamente en materia económica frecuentemente están injertadas de avaricia. De eso también nos hemos percatado.

Según Arcadi Oliveres, la especulación es 40 veces más grande que las transacciones comerciales. Tampoco hay voluntad política en cuanto a acabar con el fraude fiscal y, además, los partidos políticos necesitan dinero para sus campañas electorales y por eso acuden a los bancos. Los bancos les dan el dinero y los partidos se lo agradecen. Es una pescadilla que se muerde la cola. Y nosotros quedamos al margen. Son los mismos bancos que no prestan a la gente corriente, que cobran comisiones ilegales y abusivas y que tienen parte del dinero en paraísos fiscales. Como argumenta Arcadi Oliveres, quizá ha llegado el momento de nacionalizar a la banca. Las crisis sirven para que del caos surja un nuevo orden. Nos merecemos una auténtica democracia, terminando de una vez con la precariedad y con los excluidos, hoy semejantes a los metecos y a las mujeres griegas del tiempo de Pericles.

Yo no renunciaré a la parcela de poder que me corresponde. Hasta ahí podríamos llegar.

“Ahora se trata de reconducir la realidad hacia el bienestar de la mayoría, y no sólo la de un puñado de privilegiados”

Comentaris
To Top