Coincidiendo con la puesta de largo del nuevo curso, media España vive su particular rebelión en las aulas, una protesta protagonizada por buena parte de los docentes que están en contra de la segunda ola de ajustes que se orienta a recortar docentes, especialmente los interinos, a costa de subir las horas lectivas del profesorado. Se trata de una medida que puede perjudicar la enseñanza individualizada y la atención a los alumnos con necesidades especiales.
En Catalunya la conflictividad tiene como telón de fondo el modelo lingüístico, una cuestión que parecía superada y que afecta a la fibra sensible de la identidad, una pieza importante en lo que respecta a la integración y la convivencia. Aparte de esta cuestión que ha vuelto al primer plano con la sentencia del Supremo, el nuevo curso amanece con novedades, con el abandono de algunas iniciativas como la famosa semana blanca de febrero, una propuesta que ni siquiera cobró vuelo. Se retorna al viejo calendario y se recuperan los exámenes en septiembre. No menos significativa es la desaparición de la sexta hora en los centros públicos y la permanencia del objetivo de aumentar la implantación de las nuevas tecnologías en la escuela.
Si de algo ha servido el mal trago de la crisis y su corte de ajustes, es para demostrar que la mayoría de ciudadanos entienden que hay dos materias que deberían quedar al margen de las inevitables políticas de recorte: la educación y la sanidad. Como repite el ministro de Educación, invertir en educación es caro pero no hacerlo es carísimo. Recortar en educación es recortar en futuro y perpetuar el atraso social. La adquisición de conocimientos, valores y educación es luchar contra la ignorancia.
