En política abundan los comportamientos hipócritas, predicar una cosa y hacer otra, fingir bondad o buena disposición que no se tiene, y un etcétera que tiene bastante que ver con la representación de un papel en el teatro de la vida. Alfonso Guerra no dudaba en repetir que la política era simulación. Ejemplos de todo ello abundan por doquier.
No está de más recordar, especialmente después del 14-N, que el Psoe se apuntó al carro de la huelga política, cuyo objetivo fundamental era erosionar al partido del Gobierno. Lo que no han dado las urnas se intenta recuperar en la calle, en parte gracias a la correo de transmisión de los sindicatos amigos. Se insiste en la maldad de la política de recortes y en la marcha atrás de la sociedad de bienestar, olvidando que hace un año eran ellos los que llevaban el mando, es un decir, de la economía, los mismos que iniciaron los ajustes y el aumento de la factura fiscal. Flaquea la memoria colectiva, pero no tanto.
Y en el terreno de la doble moral cabe recordar que los dos sindicatos mayoritarios, el propio Psoe, y algún medio de comunicación situado en el progresismo oficial, que fueron muy críticos con la reforma laboral, no han dudado en aplicar las condiciones legales mínimas a los contratos laborales extinguidos por la crisis y la progresiva caída de las subvenciones públicas.
Pero nadie está libre de culpa y el propio partido en el Gobierno se ha olvidado del programa que presentó como hoja de ruta. La excusa de que las cosas estaban peor de lo que imaginaban es un argumento de mal pagador. O una emanación de la ignorancia. O hipocresía.
