El último avión reactor que compró mi empresa lo fuimos a buscar a Dusseldorf. Se trataba de un Cessna Citation de segunda mano: RVSM, TICAS, radar en color, aire acondicionado, WC, asientos pijo design e interior príncipe pródigo. Era de un millonario español que lo tenía, y mantenía, en Alemania porque –según decía- en España lo crujían a disgustos. Quien dice disgustos dice impuestos, tasas, controles, etc., pero sobre todo trampas saduceas. Quien dice trampas saduceas dice puñaladas traperas: “Aquí nunca sabes cuánto te va a costar una revisión de 100 horas –gimoteaba el millonario- metes el avión en el taller, te cuentan una milonga acerca de que tal pieza, o tal componente, o tal parámetro está mal y te meten una clavada que de aúpa”.
Razón no le faltaba al pobre pagapiezas. Si ya, para que no te engorden la revisión de un coche utilitario has de andar ojo de amo con los talleres, imagínate cuando se trata de un jet ejecutivo. Y ahí no hay caro que valga: ¿quién tiene narices a enmendarle la plana a un mecánico aeronáutico que ves dando vueltas alrededor de tu avión como si fuera enfundado en una capa y, en vez de con un destornillador, con una guadaña entre las manos?
Convinimos un plan de negociación que a mí me pareció razonable: “Vais, examináis la aeronave y en el mismo taller alemán donde yo hago el mantenimiento os resolverán cualquier discrepancia que pueda surgir. Me pagáis y ya os podéis venir con ella puesta”. Y añadió: “Si es Bayer es bueno”, o al menos eso fue lo que entendí porque ya se me estaba levantando dolor de cabeza solo de pensar en tener coger un “Racanair” para ir a Dusseldorf.
Sin tiempo que perder les enviamos un email a los germanos: Estamos interesados en la compra del avión de su cliente español. Requerimos nos envíen prueba de potencia de ambos motores, chequeo de todos los sistemas, lista de discrepancias encontradas, estado de rotables, etc., etc., etc. “Thanks in advance”, etc. Y les dimos cinco días para ello. A las dos horas ya nos estaban enviando un informe de diez páginas: El avión no tenía ningún problema. No solo eso, en cada ítem de la inspección efectuada por el Centro de mantenimiento de Dusseldorf, hacían constar un “OK”, una firma, y le estampaban un sello. Estos alemanes son la repera, nos dijimos. Y allá que nos plantamos: dos pilotos, un mecánico y un ingeniero aeronáutico: todos morenitos, bajitos y cabreados. Y con acento gallego.
No caben en esta página las discrepancias que fuimos descubriendo a medida que revisábamos la aeronave; algunas “no go” (no volar) nos vararon allí casi una semana, hasta que se subsanaron. Lo más curioso es que el dueño del taller, que hablaba perfecto español porque pasaba la mitad de la vida en Mallorca, a cada mal función que le íbamos señalando nos decía: “Ayer funcionaba”. “Eso no vale -le dije ya mosqueado- esa excusa la tenemos acaparada los españoles desde hace muchos años”. Y el muy cabrón, para darle más credibilidad a sus patrañas insistía: “Te lo juro”.
Hace unos meses un ario de pura estampa (y pura cepa) aplastaba 150 vidas contra los Alpes en un A 320 de Germanwings; los ministros de Ángela Merkel –ya van tres- plagian sus tesis doctorales; Siemens corrompe a sus clientes y paga mordidas y “convolutos” por medio mundo; los ingenieros de Volkswagen adulteran el software de los motores; “Das auto”, se convierte en “das asco” y el otrora prestigioso “Made in Germany”, en vez de un marchamo de garantía, pasa a ser un cutre “Made in China”. ¿Qué demonios está pasando en Alemania? ¡Ay Señor, Señor, si Hitler levantara la cabeza!
“Y el otrora prestigioso “Made in Germany”, en vez de un marchamo de garantía, pasa a ser un cutre “Made in China”