Opinió

Contra las elecciones (1)

“La democracia es el peor de los sistemas, exceptuados todos los demás” ya es un anacronismo porque las democracias occidentales están exhaustas y hay que buscar soluciones, empeño en el que ya trabajan muchos especialistas.
Otro dogma que también se tambalea es el que la economía de mercado solo puede prosperar en un contexto democrático. La China comunista o autoritaria o tecnocrática, pero en todo caso no democrática, es la economía más floreciente del mundo. Desde el abandono del marxismo, la izquierda ha perdido la carta de navegar y no se entera de que más de las dos terceras partes de la producción china está en manos privadas, muchos de cuyos empresarios son multimillonarios, lo que no les impide ser militantes comunistas.
Pero a lo que iba. “Contra las elecciones, cómo salvar la democracia” (Editorial Taurus) es un libro documentadísimo. En sus páginas David Van Reybrouck explica cómo el objetivo del sufragio era excluir a la gente del poder mediante la selección de una élite que gobernara. A partir de aquí me limitaré a transcribir el pensamiento del autor.
En la democracia representativa se prima la eficiencia en solucionar los problemas que surgen en detrimento de la legitimidad, de la intervención de los ciudadanos en esas soluciones.
En este sentido, tanto los indignados de aquí como los de todas partes tienen razón cuando dicen que los políticos profesionales “no nos representan”.
El síntoma de esta crisis de legitimidad es que cada vez votan menos personas. Ahora mismo, el primer partido de Francia en la primera vuelta de las presidenciales es la abstención con una proyección del 32%. Una abstención que consolida el fenómeno PRAF, acrónimo de “Plus rien à faire” (nada que hacer).
Para mucha gente, los actuales gobernantes constituyen una élite democrática, una casta totalmente ajena a las necesidades y anhelos del pueblo llano. Para contrarrestar los intereses de la clase política el populismo intenta incrementar la legitimidad de la representación.
Un estudio realizado en Estados Unidos señala que muchos ciudadanos de a pie están dispuestos a ceder poder a expertos o a empresarios que ellos no hayan elegido.
“La gente prefiere dar poder a quien no lo desea antes que a quien sí lo quiere”, afirman los autores del influyente “Stealth Democracy” (Democracia furtiva). La mayoría de ciudadanos quiere que la democracia sea como un bombardero “Stealth”: invisible y eficiente. Y es que las elecciones tienen que ser algo más que “un concurso de belleza para feos”.
Con la reducción de la democracia a una democracia representativa y la limitación de ésta a unas elecciones, únicamente los jurados populares están formados por ciudadanos de a pie. Éstos eran los ciudadanos que mediante la elección por sorteo y la rotación constituían el sistema democrático ateniense.
Aristóteles afirmó que “el uso de la suerte para la designación de los magistrados es una institución democrática. El principio de la elección, por el contrario, es oligárquico”.
Montesquieu, en “El espíritu de las leyes” (1748), retomó el argumento que ya había esgrimido Aristóteles dos mil años atrás: “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia; el sufragio por elección es de la aristocracia”.
Los revolucionarios estadounidenses y franceses no aplicaron el sorteo porque no querían democracia y el sistema aristocrático de las elecciones les resultaba muy conveniente porque era “delegar el poder de la mayoría a unos pocos de entre los más sabios y buenos”.
Para Thomas Jefferson existía algo así como “una aristocracia natural, basada en el talento y la virtud” y la mejor forma de gobierno “permitía que esos aristócratas naturales gobernaran de la manera más eficiente posible”.
En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) se manifestaba: “La ley es la expresión de la voluntad general. TODOS los ciudadanos tienen derecho a participar personalmente o por medio de sus representantes en su formación”. En cambio, en la Constitución de 1791 esa participación personal desaparece por completo: “La nación, de la que emana todo el poder, solo puede ser ejercida por representación”.

“Para Thomas Jefferson existía algo así como “una aristocracia natural, basada en el talento y la virtud”.

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