Opinió

Humor de mis amores

El humor es una forma de bondad. Es una herramienta para la construcción de un mundo más hermoso y una convivencia más feliz. El sentido del humor está en captar y entender las bromas que otros hacen y está también en poner una pizca de sal en las conversaciones y en la vida. No me gustan las personas sombrías, las que siempre están malhumoradas, las que solo saben ver los agujeros en el queso. Me gustan las personas como el escritor francés Edmond Rostand quien, el día de su ochenta aniversario, se miró en el espejo y dijo: “Desde luego, los espejos ya no son lo que eran”.

Decía Winston Churchil: “La imaginación consuela a los hombres de lo que pueden ser; el humor de lo que son”. Y es que el sentido del humor nos hace ver con cálida y tierna simpatía todas las formas de la existencia. Incluso a nosotros mismos.

Tengo delante de mí varios libros sobre este asunto. Uno de ellos es de A. Ziv y J.M. Diem. Se titula “El sentido del humor”. Y va planteando con agudeza interesantes cuestiones sobre las funciones del humor: función agresiva, sexual, social, defensiva e intelectual… , sobre las sus diversas facetas y sobre el papel que desempeña en la configuración de la personalidad. El libro está salpicando de excelentes anécdotas y de frases ingeniosas, como la de Alphons Allais: “Las personas que no se ríen nunca no son gente seria”.

He leído en el último libro de Milán Kundera titulado “La fiesta de la insignificancia” la historia de las veinticuatro perdices de Stalin. Dice Kundera que después de sus largas y agotadoras jornadas, a Stalin le gustaba permanecer un rato más con sus colaboradores y relajarse contándoles anécdotas de su vida. Por ejemplo ésta: Un día decide ir de caza. Se pone una vieja parka, se calza unos esquíes, coge un fusil de caza y recorre trece kilómetros. De pronto, ante él, ve unas perdices en las ramas de un árbol . Se detiene y las cuenta. Hay veinticuatro. ¡Vaya mala pata! Solo se ha llevado doce cartuchos. Dispara, mata a doce, luego da media vuelta, recorre otra vez los trece kilómetros hasta su casa y coge otra docena de cartuchos. Recorre una vez más los trece kilómetros hasta las doce perdices, que siguen en las ramas del mismo árbol. Y por fin las mata todas…

Es Jrushchov quien cuenta la historia en su libro de memorias. Según Jrushchov a todos sin excepción les pareció absurdo lo que Stalin les había contado y aborrecieron esa mentira. Aun así callaron todos y solo Jrushchov tuvo el valor de decirle a Stalin lo que pensaba.

Al final de su trabajo se reunían en los baños. Eran unos urinarios de cerámica en forma de concha. Cada miembro del clan de Stalin tenía su propio urinario creado y formado por un artista distinto. Solo Stalin no lo tenía. El utilizaba un reservado solitario.

Como él no estaba, sus colaboradores se sentían libres y se atrevían a decir por fin en voz alta todo aquello que se veían obligados a callar en presencia del jefe. Y sí fue el día en que Stalin les contó la historia de las veinticuatro perdices. Dice Jrushchov en sus memorias: “…al lavarnos las manos en el baño escupimos de desprecio. ¡Él mentía! ¡Mentía! A nadie le cupo la menor duda”.

Stalin les escuchaba en secreto y se reía de su exasperación. Nadie entendió que aquello era una broma. Todos los que estaban alrededor de Stalin habían olvidado lo que era una broma.

El humor hace falta buscarlo y encontrarlo. Y luego, cultivarlo. Porque las desdichas de la vida lo pueden destruir. No depende tanto el buen humor de lo que nos pasa cuanto de cómo afrontamos lo que nos pasa. Todos conocemos a personas que están cargadas de problemas y que no han perdido un ápice del buen humor. Y a otras que tienen una situación personal, familiar y social excelente y que, sin embargo, están dominadas por la tristeza y el pesimismo.

El humor está impregnado de buen talante y también de una buena dosis de ingenio. En su lecho de muerte Oscar Wilde miró las paredes de su habitación y dijo: “Este papel es horrible; uno de los dos está demás aquí”. También, como se sabe, hay humor negro. No sé donde leí que un grupo de excombatientes muy, muy mayores está visitando el cementerio para hacer un homenaje a sus antiguos compañeros. Uno le dice a otro:

– ¿Piensas que, con la edad que tienes, merece la pena que vayas a casa?

Dice Michel de Saint Pierre: “Un optimista puede ver una luz donde no existe pero, ¿por qué tendrá el pesimista que va corriendo a apagarla?”.

Hay que ser inteligentes. Es decir, hay que ser felices. Decía Croft M. Pentz: “Disfruta el día de hoy. Tienes todo el resto de la vida para ser desgraciado”. Y E. MaxWell: “Gánales a los demás. Trata de ser tú el primero en reírse de ti mismo”.

“Las personas que no se ríen nunca no son gente seria”

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