Opinió

Gaia, mi madre

Yo no vine a este mundo, sino que le crecí, de forma parecida a como las hojas le crecen al árbol. El vientre redondo de mi madre Gaia, la Tierra, me alumbró, y por eso en mi cuerpo pululan moléculas que hace millones de años estaban flotando en el espacio interestelar. Así que no es casualidad que cualquier óvulo humano, después de ser fecundado, inicie una rotación sobre sí mismo como hacen los astros, que ya se sabe que el microcosmos y el macrocosmos tienen muchas similitudes, pues en el fondo no dejan de ser poesía pura.

Mi madre Gaia preparó mi alumbramiento con gran esmero. En su adolescencia, cuando era una esfera ardiente ávida de aventuras, ya pensaba en mí a pesar de sus turbulencias. Sus fluidos internos modelaron su superficie y, para que yo pudiera respirar, formó la capa protectora de la atmósfera a partir de los procesos metabólicos de su biosfera incipiente. De eso hace aproximadamente tres mil quinientos millones de años. En aquel entonces, míriadas colosales de bacterias cubrieron su bola enorme y empezaron a regular, también, su temperatura, porque no era cuestión de que -cuando llegara el feliz acontecimiento de mi nacimiento-, yo me helara o me achicharrara. Tuvo buen cuidado de acertar con un clima suave, que desde entonces se ha autorregulado sin interrupción en un delicado equilibrio. Mi madre Gaia, además, inventó la fotosíntesis para aprovechar positivamente la energía del sol, y fabricó un fino paraguas de ozono, muy eficaz, con el fin de que sus rayos no me dejaran frita.

Mi madre Gaia es muy lista, y toda la vida que ha generado, a flor de piel y en sus profundidades, fluyendo por sus venas o en la pilosidad de sus bosques, es igualmente importante para ella. Y la mantiene como si tal cosa con sus diferentes patrones de organización, a pesar del cambio y de la transformación constantes. Eso tiene mucho mérito, y puede decirse que es como un milagro. Su dedicación incondicional hizo y hace posible que todos sus hijos evolucionen de manera sistémica, pues desde el alba de los tiempos han sido la simbiosis y la cooperación las que han propiciado nuestra aparición, y no exclusivamente la competencia como opinaba aquel hijo suyo llamado Darwin, tan denostado en su época, el pobre, por apartar las miasmas de la superstición y fijarse en ella con ojo científico.

A lo que iba: después de establecer hace mil quinientos millones de años, las condiciones para que yo le naciera confortablemente, antes de alumbrarme, mi madre Gaia ensayó con otros seres, pariendo las criaturas más diversas. No en vano la creatividad es uno de sus principales talentos. Inventó las cáscaras para que los huevos estuvieran debidamente protegidos y la vida en sus inicios no fuera una blandurria masa gelatinosa al albur de cualquier ataque. Tejió los esqueletos más alambicados para dar consistencia al cuerpo de sus criaturas, pues no quería que yo me arrastrara por el suelo como un gusano. Tanteando su genialidad le dio por la monumentalidad, y de su matriz salieron los dinosaurios, que se hicieron los amos durante centenares de millones de años. Pero debió de considerar que eran demasiado feos y patosos, además de poco amables y bastante torpes, a juzgar por su pequeño cerebro. Y sobre todo, mi madre seguía pensando en mí. Yo le gustaba más que cualquier Tiranosaurus Rex. Así que se libró de aquella panda de inútiles al tiempo que daba a luz a las primeras flores. Yo creo que lo hizo para educarnos la sensibilidad, y porque estaba segura de que íbamos a valorarlo.

Todos los seres vivos que le hemos nacido a mi madre Gaia, tenemos los mismos elementos: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, azufre y fósforo, de modo que somos de la misma familia en el sentido literal del término. Y por eso es prácticamente un asesinato en grado de parentesco cargarse a cualquier viviente que reciba la misma luz del sol que nosotros, los supuestamente inteligentes. Inteligencia que habría que calibrar con más precisión, pues inteligente, lo que se dice inteligente, sólo lo es mi madre Gaia. Y si de pronto opina que le hemos salido mal, a lo peor hace con nosotros lo mismo que hizo con los dinosaurios y quizá, sin remordimiento alguno, luego se ponga de nuevo a ensayar mejorando, por ejemplo, a los murciélagos, a ver si le salen menos bordes que esos mentecatos que no paran de agredirla…Yo, como buena hija, estoy de su parte. Las dos somos del género femenino, y las dos tenemos identificado al enemigo… El enemigo, el muy idiota, no para de destruir especies debilitando sin parar la trama de seres vivientes que ha parido mi madre, sin tener para nada en cuenta sus principios básicos, me refiero a la interdependencia, el reciclaje, la asociación, la flexibilidad, la diversidad…que ella siempre ha observado y que le han permitido hacer la vida sostenible durante millones de años. Un auténtico cretino integral ese primate matricida…

“Es prácticamente un asesinato de parentesco cargarse a cualquier viviente que reciba la misma luz del sol que nosotros, los supuestamente inteligentes”

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