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Lastre

El tortuoso proceso de la investidura, que tiene mucho de paripé y de intento de agotar vías de entendimiento, cegadas por motivos muy diversos, desgasta a unos políticos con demasiado lastre. Probablemente el caso más sangrante es el de Mariano Rajoy, el cabeza de filas del partido con más votos y el líder que, a pesar de su propensión al tancredismo y a no mojarse, sufre un grave deterioro de imagen a costa de la corrupción.
Unos episodios relacionados con la corrupción que vienen de lejos y afectan a la mayoría de partidos que han tenido responsabilidades de gobierno, pero la acumulación de casos en las últimas semanas (Acuamed, la sentencia de los engaños de la salida a Bolsa de Bankia y el estercolero valenciano) son indigeribles y afectan seriamente a la credibilidad del presidente en funciones, aunque sólo fuera por pasiva u omisión. Con ese telón de fondo la cartas de Rajoy tienen poco recorrido.

No es posible recurrir al argumento de un hecho aislado, ya que el episodio de Valencia es la crónica de un expolio a gran escala, el de las mordidas, el del 3% al por mayor, que contaminan todo el tejido económico y social. La caída de todo el sector financiero valenciano es la consecuencia de un modo de actuación insostenible. Y eso inevitablemente pasa factura.
La corrupción ha sido una epidemia, muy virulenta en el corredor Mediterráneo, con partidos gobernando durante largo tiempo y con desarrollos urbanísticos y obras faraónicas que dejaron margen para todo, para la financiación a los partidos y para otros comportamientos nada ejemplares. La limpieza obligada se va a llevar a más de un político por delante.

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